Lo hecho a mano tienen más sentimiento

hecho a mano

Anglada Esculturas, expertos en esculturas online, es un ejemplo claro de cómo el arte hecho a mano sigue teniendo un valor especial, a pesar de la tendencia hacia la producción en masa. Según ellos, “lo hecho a mano tiene un valor emocional que no puede ser replicado por una máquina. Cada pieza lleva el esfuerzo y la dedicación del artesano que la crea, y eso es lo que la hace especial”.

Y es que vivimos en una época en la que todo lo tenemos al alcance de un solo clic. Ya no hace falta esperar para conseguir algo ni esforzarnos demasiado para ello. Lo que queremos, ya sean prendas de vestir o decoraciones para el hogar, lo obtenemos en el acto. Las máquinas y las grandes fábricas nos facilitan mucho la vida, nos dan comodidad. Pero, ¿a qué precio? Este ritmo acelerado ha dejado de lado algo muy importante para mí: el valor de las cosas hechas a mano.

Cada vez que miro un objeto creado por una persona, con sus manos, mediante su esfuerzo y su dedicación, siento que hay algo más en él que un simple resultado final. No es solo un producto, algo creado para ser vendido, es una pequeña (o una gran) parte de su creador, una obra que ha absorbido horas, energía y atención.

La diferencia entre una escultura esculpida por un artista y una estatua de jardín producida en serie en una fábrica no está solo en la apariencia o la calidad de los materiales. Está en el sentimiento que la primera transmite, algo que jamás logrará replicar una máquina.

Creo que, como sociedad, estamos perdiendo una parte importante de nuestra humanidad al abandonar el valor de lo hecho a mano. Al sustituir el tiempo, la paciencia y el esfuerzo de las manos humanas por la eficiencia de las máquinas, nos estamos desconectando de la esencia de la creación. Nos hemos acostumbrado tanto a lo masivo y automático que, muchas veces, no nos detenemos a pensar qué estamos dejando de lado.

 

El valor del tiempo invertido

Una de las primeras diferencias que encuentro entre un objeto hecho a mano y uno producido en masa es el tiempo que se invierte en crear cada uno. El arte hecho a mano te obliga a tener paciencia, ponerle dedicación y, sobre todo, a echarle horas y horas de tu tiempo. Mientras que una máquina puede producir miles de productos en cuestión de un par de horas, un solo artesano puede pasar días, semanas, e incluso meses para conseguir perfeccionar y finalizar su obra. ¿No es acaso ese tiempo un reflejo del valor intrínseco de lo que ha creado?

Cuando tengo la oportunidad de ver una escultura, una ilustración o una prenda tejida a mano, siento que estoy viendo algo único, algo que no se puede (ni se volverá a) repetir. Porque, aunque el mismo artista intentara crear algo idéntico, no podría hacerlo. Cada golpe de cincel en la escultura o cada pincelada en un cuadro está impregnado con la huella única del momento en que fue creado. En cambio, cuando veo una pieza hecha por una máquina, sé que hay miles, quizás millones, de copias idénticas.

¿Dónde está entonces el valor de algo que se puede replicar sin fin? Para mí, lo hecho a mano no solo tiene un valor económico muy superior, sino también tiene un valor emocional y humano que lo convierte en algo irreemplazable e irrepetible.

 

El arte y la pérdida de la conexión emocional

No me malinterpretéis, no estoy diciendo que todo lo que compramos debe ser hecho a mano. Sería irreal esperar que todo lo que usamos y consumimos en nuestro día a día provenga de artesanos o creadores independientes.

Sin embargo, confieso que sí que me preocupa cómo hemos llegado al punto extremo de preferir, casi sin darnos cuenta, lo que es más barato y masivo, sin detenernos a pensar en las implicaciones de este cambio en nuestra cultura (y en las personas que se dedican a ello).

La automatización y la producción en masa han simplificado y abaratado muchas cosas. Pero, al mismo tiempo, nos han hecho perder la conexión emocional que solíamos tener con los objetos en el pasado. Hace algunas décadas (en realidad, no hace tanto tiempo como puede parecer), cuando alguien compraba una pieza de arte, una escultura o una joya, lo hacía no solo porque era bella o útil, sino porque había algo en esa creación que resonaba con su propia experiencia.

Hoy, simplemente vamos a una tienda o navegamos por una página web, elegimos lo que más nos gusta, y listo. Es nuestra. El proceso de elección se ha vuelto algo superficial, porque no hay una verdadera conexión detrás. Ya no hay historia, no hay trasfondo, no hay emoción. Solo un producto más que, probablemente, acabará siendo reemplazado por otro en poco tiempo (cuando se estropee, se rompa, ya no nos interese, o cuando prefiramos otro).

 

La cultura de lo desechable

Este cambio en nuestra manera de consumir también ha traído consigo una peligrosa cultura de lo desechable. Los objetos hechos en masa, producidos por máquinas, están diseñados para ser rápidos de producir y baratos de adquirir. No están pensados para durar. ¿Cuántas veces hemos comprado algo, solo para darnos cuenta de que al poco tiempo ya está desgastado o roto, y entonces simplemente lo desechamos? Porque es barato, porque es fácil de reemplazar, porque «no pasa nada».

Sin embargo, con lo hecho a mano ocurre todo lo contrario. Cuando adquieres algo que ha sido creado con paciencia y dedicación, le otorgas un valor totalmente diferente. Sabes que es algo único, y como tal, lo cuidas, lo valoras, te importa mucho más.

Hace poco compré una pequeña escultura de madera de un artista local. No era barata, pero tampoco exageradamente cara. Sin embargo, el valor que siento por esa pieza no tiene nada que ver con el precio. Me gusta pensar en las horas que ese artesano pasó trabajando en cada detalle, en cómo eligió el trozo de madera adecuado, en los errores que tal vez tuvo que corregir, en el cariño que puso en su obra.

Para mí, eso es lo que hace que esa escultura tenga un valor mucho más allá de lo económico. Y sé que nunca la tiraré ni la reemplazaré por algo más «moderno» o «novedoso». Porque hay un sentimiento detrás de ella, una historia que las máquinas no pueden reproducir.

 

La crisis de identidad en la era de lo masivo

Otro aspecto que me inquieta es cómo este cambio hacia la producción en masa ha afectado nuestra propia identidad cultural.

En el pasado, cada región, cada comunidad, tenía sus propios artesanos, que creaban obras únicas basadas en las tradiciones, materiales y técnicas locales. Esto no solo enriquecía el entorno, sino que también ayudaba a mantener viva la cultura y las tradiciones.

Hoy en día, en cambio, todo lo que compramos parece cortado por el mismo patrón. Da igual si lo compras en Europa, Asia o América, es muy probable que encuentres los mismos productos, hechos en la misma fábrica, siguiendo el mismo diseño estándar.

Al perder el aprecio por lo hecho a mano, también estamos perdiendo parte de nuestra identidad. El arte y la artesanía no son solo objetos bonitos, son una expresión de la cultura, de la historia, de las emociones humanas. Son una manera de conectar con el pasado, de mantener vivas las tradiciones, y de transmitir valores y conocimientos a las futuras generaciones.

Al optar cada vez más por productos masivos y desechables, estamos destruyendo esa conexión y empobreciendo nuestra cultura.

 

La responsabilidad del consumidor

Sé que no es fácil ni siempre viable rechazar por completo la producción en masa. Como consumidores, estamos inmersos en un sistema que nos empuja hacia lo rápido, lo barato y lo fácil. Pero creo firmemente que, como sociedad, debemos tomar más conciencia sobre lo que estamos comprando y por qué. No se trata de llenar nuestras casas de objetos caros o exclusivos, sino de valorar el trabajo humano que existe detrás de las cosas. De aprender a apreciar lo único, lo hecho con dedicación, lo que tiene una historia detrás.

La próxima vez que estés en una tienda o navegando por internet, te invito a que te detengas un momento y te hagas una pregunta: ¿qué valor tiene realmente lo que estoy comprando? No hablo solo del valor económico, sino del valor humano, emocional y cultural. ¿Estoy comprando algo que durará, que apreciaré, que tiene un significado más allá de su uso práctico? O ¿simplemente estoy adquiriendo otro objeto más para desechar en cuanto ya no me sirva?

 

Es hora de dar un paso hacia el futuro

Lo hecho a mano tiene más sentimiento, eso no lo puedo dudar. Y aunque la producción en masa nos ha dado comodidades y acceso a productos que antes eran impensables, hay que ser conscientes de lo que estamos perdiendo. Estamos perdiendo el valor del tiempo, la conexión emocional con los objetos, la identidad cultural, y, sobre todo, el respeto por el trabajo humano.

Quizá sea hora de dar un paso atrás, de desconectarnos un poco de este mundo automatizado y valorar lo que nuestras manos, y las de otros, pueden crear. Porque al final del día, lo que más nos conecta como seres humanos no son las máquinas ni la tecnología, sino la capacidad de crear algo con nuestras propias manos, algo que tenga un pedazo de nuestra alma.

Y eso es algo que jamás podremos comprar en una tienda.

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