Cuidarse los dientes no es solo ir al dentista cuando algo duele. La higiene diaria marca la diferencia, y para eso están los complementos como colutorios, cepillos, hilos dentales y demás.
El problema es que mucha gente los usa mal sin darse cuenta.
Diluir el colutorio con agua
Uno de los errores más típicos es pensar que el colutorio es demasiado fuerte o “quema” un poco, y entonces se mezcla con agua para hacerlo más suave. El problema es que estos productos vienen con una fórmula pensada al milímetro: tienen la cantidad justa de flúor, aceites esenciales u otros compuestos para proteger los dientes y mantener la boca fresca.
Cuando alguien le añade agua, esa fórmula deja de ser efectiva. No limpia igual, no protege igual y básicamente se está tirando el dinero. Si un colutorio resulta demasiado intenso, lo mejor es cambiar a otra marca o buscar uno sin alcohol en vez de improvisar y rebajarlo con agua.
La manera correcta de usarlo es verter la cantidad recomendada (normalmente un tapón) y mantenerlo en la boca el tiempo indicado, sin tragarlo, y sin enjuagarse con agua después. Así se garantiza que los activos hacen su trabajo.
No cambiar el cepillo dental a tiempo
Mucha gente sigue con el mismo cepillo durante meses, incluso hasta que las cerdas están abiertas en todas direcciones. El problema es que, cuando eso pasa, el cepillo ya no limpia bien. Las cerdas desgastadas no llegan entre los dientes, se doblan y hasta pueden dañar las encías.
La recomendación general es cambiar de cepillo cada 3 meses, aunque también se puede hacer antes si se nota que las cerdas han perdido su forma. Con los eléctricos pasa lo mismo: los cabezales también caducan y hay que reemplazarlos.
Un truco sencillo es marcar la fecha de cambio en el calendario o aprovechar las estaciones del año: un cepillo nuevo en enero, abril, julio y octubre. De esa forma, nunca se olvida y siempre se tiene un cepillo en condiciones.
Reutilizar una parte o sección del hilo dental
El hilo dental es un complemento fundamental que se usa bastante mal. Uno de los fallos más comunes es pasar el mismo trozo de hilo por varios dientes. Eso lo único que consigue es mover la suciedad de un sitio a otro. Las bacterias que ya se sacaron de un hueco terminan pegándose en el siguiente.
Lo correcto es ir usando secciones nuevas del hilo a medida que se va pasando entre los dientes. Normalmente se enrolla en los dedos y, después de cada espacio, se avanza un poco. Así siempre se utiliza una parte limpia para cada hueco.
Al principio puede parecer incómodo, pero con un poco de práctica se hace de manera automática. Además, hoy en día existen alternativas como los hilos con mango o los irrigadores bucales, que también ayudan a llegar bien a cada espacio.
Enjuagarse con el colutorio por menos tiempo del recomendado
Hay quienes creen que con darle un “traguito rápido” al colutorio y moverlo unos segundos ya vale. Pero no es así: para que el producto actúe y realmente elimine bacterias o refresque el aliento, necesita al menos 30 segundos en la boca.
Ese medio minuto es clave para que llegue a todos los rincones: entre dientes, encías, lengua, paladar… Si se hace menos, el efecto se reduce muchísimo.
Un buen truco es contar mentalmente hasta 30 o poner una canción y usar el estribillo como referencia. Puede parecer pesado, pero después se vuelve rutina y ya no cuesta nada.
No limpiar la cara interna de los dientes
La cara interna de los dientes también acumula restos de comida, placa y bacterias.
Si se ignora esa zona, se puede desarrollar sarro y hasta problemas en las encías. Además, la lengua toca esas superficies constantemente, y si están sucias, el mal aliento está asegurado.
La forma correcta es inclinar el cepillo en un ángulo de 45 grados y hacer movimientos cortos en la parte interna de los dientes. Aunque parezca más incómodo, con un poco de práctica se hace fácil y los resultados se notan bastante rápido.
Elaborar enjuagues bucales caseros combinando productos de farmacia o supermercado
Otro error frecuente es pensar que se puede hacer un enjuague “casero” mezclando ingredientes de aquí y de allá. Algunas personas combinan agua oxigenada, bicarbonato, vinagre o incluso alcohol, creyendo que así tendrán una boca más limpia.
El problema es que estos inventos pueden ser muy agresivos. En lugar de limpiar, pueden manchar los dientes, irritar las encías o incluso dañar la lengua y otras zonas blandas de la boca.
Si se quiere algo natural, existen colutorios sin alcohol o formulados con ingredientes suaves que ya vienen preparados y equilibrados. No hace falta jugar a ser químico en casa, porque la boca es delicada y no vale la pena arriesgarse.
Cepillarse justo después de comer
La idea de limpiar los dientes después de comer está bien, pero hacerlo justo al terminar no lo es tanto. El motivo es que, durante la comida, la acidez de la boca aumenta y el esmalte dental se reblandece un poco.
Si uno se cepilla en ese momento, lo que hace es frotar un esmalte que todavía está sensible, lo que puede desgastarlo con el tiempo.
Lo ideal es esperar unos 20-30 minutos después de comer. En ese tiempo, la saliva se encarga de neutralizar la acidez y la boca vuelve a un estado normal. Mientras tanto, se puede beber un poco de agua o mascar chicle sin azúcar para ayudar al proceso.
No usar el hilo dental en los molares
Los molares suelen ser los grandes olvidados. Están al fondo, son incómodos y cuesta llegar bien. Por eso, muchas personas no pasan el hilo dental en esa zona.
El problema es que, precisamente ahí, es donde más restos de comida se acumulan y donde suelen aparecer caries con más frecuencia. Ignorarlos es dejar la limpieza a medias.
Lo correcto es dedicar un poco más de tiempo y asegurarse de pasar el hilo también en las muelas. Puede ser incómodo al principio, pero con práctica se vuelve sencillo. También se puede usar un hilo con mango, que facilita mucho el acceso.
Creer que masticar chicle sustituye al cepillado
Uno de los mitos más extendidos es pensar que mascar chicle, sobre todo los que dicen ser “sin azúcar”, sirve como un sustituto perfecto del cepillado. Mucha gente lo hace: come algo rápido, no tiene cepillo a mano y piensa que con un chicle ya está todo arreglado. La realidad es que no funciona así.
El chicle puede ayudar un poco en situaciones concretas porque aumenta la producción de saliva, lo que neutraliza la acidez de la boca y arrastra algunos restos de comida. Eso está bien como complemento puntual, pero nunca reemplaza un buen cepillado.
El problema es que, al confiarse, algunas personas convierten el chicle en su rutina de higiene bucal, y eso termina siendo un desastre. La placa y las bacterias no desaparecen con un chicle, solo se disimulan durante un rato. Y, en algunos casos, abusar de ellos puede incluso generar molestias en la mandíbula o dolor de estómago por estar masticando todo el día.
La manera correcta de verlo es: el chicle sin azúcar es un aliado, no un sustituto. Se puede usar cuando no hay cepillo cerca, por ejemplo, después de comer en la universidad, en el trabajo o en un viaje largo. Pero en cuanto se tenga oportunidad, lo ideal es cepillarse y usar hilo dental.
Cómo debe ser una rutina correcta
En medio de tantos errores y dudas, conviene recordar algo básico: la rutina diaria de higiene bucal no tiene por qué ser complicada, solo constante y bien hecha.
Desde la clínica Dental Tapia, experta en el sector y con años de experiencia, lo resumen así: “Lo más importante no es cuánto te gastes en productos, sino que los uses de la forma adecuada y con constancia. Un buen cepillado, hilo dental diario y un enjuague correcto hacen más que cualquier invento casero”.
Una rutina sencilla puede ser:
- Cepillado al menos dos veces al día, con buena técnica y sin olvidar la parte interna de los dientes.
- Uso de hilo dental una vez al día, de preferencia por la noche.
- Enjuague bucal al final, respetando los 30 segundos.
No hace falta nada más extraño ni caro. Lo importante es la constancia y evitar los errores comunes que, sin darnos cuenta, pueden arruinar el esfuerzo diario.
Tener una buena higiene bucal no significa gastar una fortuna en productos
La clave está en conocer los errores más comunes y evitarlos. No diluir el colutorio, cambiar el cepillo a tiempo, usar bien el hilo dental, respetar los tiempos de enjuague, limpiar todas las superficies, no inventar fórmulas caseras, esperar después de comer y no olvidar los molares son pasos sencillos que marcan una gran diferencia.
Con pequeños cambios en la rutina, cualquier persona puede mejorar su higiene bucal y evitar problemas a futuro. Y lo mejor es que no cuesta nada más que un poco de atención y constancia.